jueves, 14 de febrero de 2008

La última campana



Tus palabras hacen sombra, Holocaustos
Orgía de monstruos, abismos…
La humanidad es un fantasma
que se quiere alimentar de vos.
C. L.

La campana sonando, anunciando un nacimiento. El sacerdote en un ondular de brazos y túnica amortajada. Casi feliz. Estúpidamente feliz dentro de su risa ignorante.
Gran cosa, pensé exhausta; otro condenado más al mundo. A éste mundo de mierda corrompido.
Recuerdo el día que sonó por mí. Tenía tanto miedo y dolor. Una, dos, tres, decía el animal que me tocaba con las manos sucias y gritaba obscenidades mientras que las contracciones laceraban mi carne y la sangre se escurría salvaje entre mis muslos… ¡Te gustó coger! Empujá condenada…y yo lloraba…una, dos, tres…Pensaba en su pelo largo y fino, en sus manos grandes que me apretaban con pasión.
La vida se había convertido en algo extraño. Sobrevivir, resistir con la esperanza de poder ver nuevamente la luz, acompañar al amor, luchar, tratar de alcanzar los objetivos; la profesión, la familia, la casita soñada, los hijos…
¡Empujá puta de mierda! que vas a matar al pendejo…
Una, dos, tres, y la carne se desgarraba como una tela vieja. ¿Cómo es posible que el cuerpo resista tanto?
El alma empieza a rajarse también, pero es necesario espantar la muerte, alejar cualquier pensamiento destructivo, total, para eso estaban ellos; los sedientos de sangre, los estériles que se quedan con el cuerpo y los hijos ajenos…por eso no pueden engendrar vida, sólo muerte y desolación.
Una, dos, tres, y la vida surgiendo entre llantos. Una niña…una niña pequeña y rubia como Ignacio. ¡OH Dios!¡ No me roben este instante! Les supliqué, se lo pedí a Dios con tantas ganas, pero él nos abandonó hace tiempo…el mundo nos abandonó, y el diablo está presente con su uniforme.

—Dios mío, ¿Por qué creaste éstos monstruos?...no permitas que la campana vuelva a sonar…

Esa fue mi oración diaria durante estos dos años de cautiverio. Esos setecientos dieciocho días con sus noches, en los que fui violada física y mentalmente por las bestias. Setecientos dieciocho días preguntándome el porque de tanto odio y humillación.

Pero ésta historia no terminó allí. Empezó otra peor; cuando con el correr de los meses mi vientre empezó a crecer, alimentado de la carroña, del semen maldito…
Uno, dos, tres… ¿Con cual de las caras inmundas nacerá el hijo de la bestia? ¿Tendrá la cara oscura y la nariz ancha de ese? ¿Será grandote y con el ceño fruncido como aquel otro? o tal vez pequeño y oscuro, como el que observa, calla y desgarra.
Esa vez se aseguraron que no me faltara nada. Llevaba el diablo en mi cuerpo, y las bestias lo cuidaban. Igual escuché las campanas por última vez, porque después que nació el hijo de la bestia, me quedé sorda, ciega y muda.
Sólo veo a Ignacio y a mi niña en sueños.
De vez en cuando me ponen contra una pared y apuntan. Ya no me importa. Estoy esperando que la bala salga esta vez.
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Un diamante negro