sábado, 29 de diciembre de 2007

El grito de Lucy


Capítulo de una novela en proceso.

Seguí a Marcos por las calles de San Telmo. Estaba con su eterno impermeable. No había nadie, solo se escuchaba el retumbar de sus pasos, y yo detrás tratando de ahogar los míos. Tomaba una calle y luego otra; cuando llegó a Estados Unidos, se paró frente a una vieja casa destartalada, que en lugar de puerta, tenía unas chapas oxidadas sujetas con alambre. Las corrió y entró. Yo me acerqué despacio y asomé por la abertura. No era una simple casa. En algún tiempo había gozado de esplendor. Todavía conservaba un hermoso mural, el mármol del piso y hasta el revestimiento del hall de entrada. Solo le faltaban las puertas y ventanas.
Por un momento me olvidé de Marcos, y recorrí sus hermosos cuartos, y hasta imaginé como sería vivir en un lugar tan agradable. Las cúpulas de cada habitación estaban adornadas con molduras que representaban escenas en templos griegos, y las mismas se repetían en cada ángulo inferior a menor escala. Cada cuarto tenía una escena distinta. El baño era increíble, con una enorme bañera en el centro, grifería de bronce, pisos dignos de un palacio. Pero lo que más me impactó, fue el vitreaux redondo en lugar de una ventana, con unos ángeles multicolores que se proyectaban en la pared cuando el sol, estratégicamente, se ponía en esa dirección. El efecto era similar al de un calidoscopio.
Cuando salí del baño, me encontré con Marcos. Me hizo salir inmediatamente de ese ensueño.

_ ¿Por qué me seguís? –Lo dijo tomándome fuerte del brazo-

No me gustó su actitud. Me pareció agresiva. O quizás eran sus ojos inyectados los que le daban ese aspecto. De todos modos, como dándose cuenta de su accionar desubicado, me soltó, y se alejó unos pasos.

_ ¿Por qué tanto misterio? –Se lo pregunté con calma-
_ Lucy, no me respondas con otra pregunta…vos sos la misteriosa
_ ¿De qué misterio me hablás? Justo vos, que te la pasas como un fantasma divagando por las calles…estoy harta Marcos, siempre te encuentro en lugares impensados, y de pura casualidad
_ Nada es casual Lucy… Creí que entendías

Me quedé mirando sus ojos, y pensé, quisiera dibujarlos, llegar a su misterio. Traspasar ese muro interior que no me permite llegar a él.
Se arrimó y me tomó las manos. Las sentí frías, ausentes, si es posible que las manos puedan expresar tales sensaciones. Me dejé llevar.
Pasamos por un pequeño salón, que repetía las escenas de templos griegos, muy parecidas a la de los cuartos. Allí si había una puerta, de esas que llegaban casi hasta el cielo raso, de roble barnizado. Estaba intacta, como también lo estaban las paredes casi impecables de toda la casa.
Pasamos la puerta, la única que quedaba. También era un cuarto y estaba amueblado con una cama y una mesita antigua con tapa de mármol. En el rincón había un perchero vienés y en el colgaba el impermeable de Marcos. Un solo cuadro adornaba la pared de la cabecera, una reproducción de “El grito” de Munch, que en ese contexto me pareció más escalofriante aún.
Me miró de esa manera penetrante que desnuda. Acarició mis brazos que colgaban exhaustos y mi piel se erizó. Sentí como sus manos temblaban imperceptiblemente. Me abrazó, me devoró en ese abrazo, casi desesperado. Luego comenzó a desvestirme. No me inmuté, lo dejé. En el fondo pensaba que era lo único que podía hacer, desvestirme, mirarme, fagocitarme con sus ojos verdes oblicuos del color de las algas.
Mientras que observaba mi desnudez, se desvistió; toqué su piel aterciopelada, ese santuario de músculos en perfecta armonía y me perdí en él. Cuando estaba por llegar al éxtasis total, miro el cuadro de Munch. No sé porque lo hice. Y compruebo horrorizada que en su lugar estaba la foto del generalísimo. Sentí que mi cara se desfiguraba, convirtiéndose en la misma de “El grito”, en una máscara patética; y también descubrí, que el cuarto estaba tapizado con fotos del general y sus mujeres. Me quedé gritando, desnuda, en el medio de ese horror, mientras que Marcos me miraba y se sonreía irónicamente.
En ese momento me desperté. Pero no termina acá la historia, pasó algo más. Por algún mecanismo de la mente que me es imposible entender, me volví a dormir casi de inmediato, y el sueño siguió en otra parte de la casa. Como si fuera otro capítulo de la historia.
Marcos me llevaba nuevamente de la mano, y en el sueño, si bien sabía que había vivido algo antes, no podía recordar nada sobre la escena de “El grito” y las fotos de Perón. Me llevó hacia un patio interno, bastante amplio, cuyas paredes estaban totalmente cubiertas por unas hermosas enredaderas llenas de flores de color rosa y blanco. Varios macetones desordenados con plantas exóticas y cáctus, y en el centro un juego de mesa y sillones de jardín, muy antiguos. El patio estaba en su esplendor lleno de colorido primaveral. Marcos me hizo un gesto con la mano invitándome a sentarme. Dude por un instante, pero terminé sentada, observándolo en silencio.
Hablaba y gesticulaba con exageración. No entendí muy bien lo que decía, todo se reducía a un montón de palabras. Algunas retumbaban en mi cabeza; Almagro, padres adoptivos, Resistencia, España, Montoneros, linyeras, gatos, gatos, gatos…
Me levanté asustada y salí casi corriendo. Lo único que quería era alejarme de Marcos, perderlo para siempre. Pero algo extraño había pasado. Me encontré en la salita que en la anterior etapa del sueño, tenía una sola puerta que correspondía a la habitación con el cuadro de Munch, y yo, giraba y comprobaba que ahora todos los cuartos tenían puerta. Entonces seguía girando sobre mis propios talones, tratando de descubrir cual de ellas me llevaría hacia la salida, la libertad.
Fue cuando apareció Marcos con algo en la mano. Dejé de girar y lo observé. Tenía algo ensangrentado, y estaba todo salpicado de un sin fin de minúsculas gotas de sangre oscura. Lo miré fijo tratando de descifrar que era esa masa sangrienta que tenía en la mano. Entonces el hizo un leve movimiento y la cola peluda apareció ante mis ojos. En ese mismo instante comprobé que era mi gata de la infancia, aquella que amé tanto y cuya muerte me marcó tan profundo, como la muerte de mi padre en manos asesinas. De mi garganta brotó un grito ahogado, y me encontré nuevamente en la habitación, desnuda, con las fotos del generalísimo, el cuadro de Munch y el perchero vienés donde ahora colgaba el impermeable ensangrentado de Marcos.

martes, 4 de diciembre de 2007

El depredador


“Algún día moriré abandonada, sepultada,
en el cruce siniestro de los tres caminos.
Allí donde moran las almas en pena
de los suicidas y de los asesinados”
C. B.


Estaba nerviosa. A pesar de que su profesión la ponía en situaciones difíciles de asimilar, siempre existía una colega dispuesta a escucharla para sobrellevar esos temas que cargaba como si fuera una montaña sobre los hombros. Pero esto era demasiado para cualquiera, hasta para ella que era bastante fuerte.
Desde hacía un tiempo uno de sus pacientes la estaba enloqueciendo. Se sentía amenazada todo el tiempo por su mirada y las indirectas que usaba estratégicamente.
Tenía que escuchar las confesiones del geronte capitán del ejército, participe de la destrucción de una generación de jóvenes que tuvieron la osadía de intentar cambiar el rumbo de este país. Y el tipo, muy campante en su postura de depredador y dueño de la verdad. Tenía ganas de escupirle en la cara que no era más que un asqueroso y facho asesino de niños; pero su postura profesional la obligaba a callar sus más íntimas opiniones y ser neutra en las respuestas.
Con total desparpajo relataba como sus subordinados se divertían con las consignas que les dejaba para obtener información de los secuestrados. Como la bestia les enseñaba a torturar.
Todavía no entendía el motivo de su visita, si no existía en él ni un mínimo de arrepentimiento.
Quizás el geronte necesitaba, en su decrepitud decadente, seguir infundiendo miedo en alguien. Intimidar, enfurecer, como el cazador a su presa.
Mientras él hablaba, ella buscaba la forma de equilibrar el odio que sentía por él y por todo lo que representaba. Hasta tenía el descaro de usar el uniforme y sus malditas insignias ganadas en la guerra vergonzosa.

—Sabía doctora que una buena tortura es aquella que permite que la víctima siga viva. Un buen torturador sabe llegar al límite sin pasarse.
—No quiero saber sobre sus métodos de tortura. —dijo fastidiada.
La bestia hizo un movimiento brusco, pero se volvió, la miró con sus pequeños ojos de cuervo, rodeados de miles de arrugas. El asesino viviría lastimando hasta su último minuto. El cuerpo viejo y torvo, pero la voluntad intacta.
—Todo torturador debe alimentarse del miedo de su víctima, saber mirar en sus ojos. —Dijo sin importarle nada —En ese momento se tiene la absoluta posesión.
El asco le inundó la garganta y todos los sentidos. Quería acallarlo, golpearlo. Se asustó de sus propios pensamientos.

—Son pocos los elegidos que entienden los mecanismos de un país civilizado…se habla de patria, nación, con la ideología de los idiotas, así no se construyen países de verdad doctora…usted debe ser una mujer inteligente, estudió la mente humana, eso la hace poderosa ante el común de las personas, ¿No lo cree así?
Trató de vencer las nauseas para poder contestarle.
—No, no lo creo así. Elegí esta carrera para ayudar a la gente, no para valerme de mis conocimientos y abusarme de eso…el cerebro es un órgano complejo, pero usted no vino acá para hablar de eso conmigo.
—No claro, en realidad mis hijos creen que desde que me jubilé del ejército necesito terapia para sobrellevar el vacío, que practicar tiro al pichón no me alcanza para sentirme pleno; matar palomitas es un juego de chicos…de alguna manera tienen razón. —lo dijo clavando sus ojitos en ella, hasta hacerla estremecer. —El tribunal jamás me asoció al proceso. Ellos tienen muchas falencias, ¿cómo pudieron no darse cuenta? Tal vez ninguno de los que pasaron por mi pudieron sobrevivir, eran flojos, pendejos flojos y bocones. La justicia de ustedes es muy limitada, esta llena de pequeños hombres que se creen grandes amparados bajo la mujer de la balanza…me hace mucha gracia, como sus jueces se hacen los grandes señores con su seriedad impostada, y luego se dejan coimear por los delincuentes, jajaja, ¡los representantes de la justicia! ¿No es gracioso doctora? ¿Usted cree en esa mujer ridícula y floja como todas las mujeres, que carga con una estúpida balanza? No es casual que la hayan elegido para representar tanta farsa y que además tenga los ojos vendados.
Tuvo que salir a las corridas para no vomitar sobre su uniforme de gala.
Volvió demacrada y descompuesta, pero él no pareció notar nada. Seguía enajenado en su discurso demencial.
—El ejército es disciplina, orden, algo que sus tribunales desconocen…les preocupa tanto la limpieza que hicimos; a veces es necesario sacar del medio a la manzana podrida, a la puta liberada que corrompe y que quiere llamarse libertad.
—Usted es un hijo de mil putas, ¡no quiero escucharlo más! —le gritó en la cara
El geronte se levanto de un salto y la miró con sus ojitos de cuervo, llenos de odio y altivez. Se levantó y se fue sin decir una palabra.

Apenas salió, puso traba en la puerta y redactó una carta: “Yo, Beatriz Acosta, psicóloga, especialista en trastornos de la personalidad
Quiero dejar constancia de una situación que a pesar de ser común en mi especialidad, me deja fuera de cualquier tipo de razonamiento. Uno de mis pacientes el Capitán de ejército Roberto Pérez Anselmo, que sufre de trastorno de personalidad, y se muestra agresivo y con un alto grado de egocentrismo, paciente evaluado para tratamiento con medicación y posible internación, ambas medidas no fueron aceptadas por los familiares del mismo, a pesar de ser alertados del peligro que representa este tipo de trastorno en él y miembros de la familia y allegados que tengan contacto directo. Debido la negativa del entorno, se optó por el tratamiento ambulatorio. El mismo resulta ineficaz, y dada la procacidad del paciente y su hostilidad hacía mi persona, me siento en peligro continuo de terminar siendo su próxima víctima. Parece irracional que una profesional haga este tipo de observaciones, por eso digo que esto escapa a cualquier razonamiento. Dejó constancia que si me encuentran muerta, sea cual fuese la aparente causa, se investigue al paciente nombrado.”

Algunos días después, Beatriz Acosta fue encontrada muerta en su consultorio. También hallaron la carta. Se le realizó una autopsia que reveló un alto grado de alcohol, anfetaminas, antidepresivos y otras sustancias asociadas con distintos tipos de venenos caseros que se utilizan para fumigar y que son de extrema peligrosidad. Ningún rastro de la presencia de otra persona. La puerta estaba cerraba por dentro. La causa fue caratulada como suicidio. El capitán Roberto Pérez Anselmo que nombra en la carta, a la fecha llevaba 25 años de fallecido. Los familiares de la suicida creen que el capitán nombrado, fue quien la torturo durante el tiempo que estuvo secuestrada en el pozo negro, y de quien nunca se pudo comprobar su participación en el proceso infame que vivió nuestro país.
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Un diamante negro