martes, 14 de febrero de 2012

lunes, 18 de enero de 2010

Satélite




Satélite
No sé porque extraña razón se me ocurrió que todo en vos terminaría en un punto. Que cualquier camino que quisieras transitar te llevaría indefectiblemente a mi. Será que me pasé la vida girando a tu alrededor; que me convertí en tu satélite, y vos en el centro, un eje abstracto.
Te observo  como a través de un cristal ajado, empañado; te vas desdibujando como la noche. Y desde esta vereda, vos sos más pequeño, perdiste altura;  no te veo tan interesante con esa barba pulida y anteojos gruesos
Tus libros clásicos tampoco me parecen tan geniales, ¿Sabías?, ahora quiero decírtelo: “Odio a Shakespeare” era el tipo más aburrido del mundo, detesto su famoso “Otelo” y  “Romeo y Julieta” me parece una reverenda porquería, una aberración literaria absoluta, ¿Me escuchaste?
Sin embargo amo a Oscar Wilde, y sé, aunque jamás lo reconozcas, que te jode que haya sido puto. Siempre le encontrabas el punto para criticarlo. Y se te escapó un día de mucho Cabernet Sauvignon, que los putos son jodidos. Eso si, serias incapaz de decirlo sin copas.
No, claro que no, todavía mis gritos no te llegan Bernardo. Y aunque te llegaran nada cambiaría, porque seguirías igual de impertinente y necio.
Te reirías del mundo, emplearías tu afectada ironía de nene bien, venido a menos, que se hizo a si mismo, para burlarte hasta de los de tu clase.
Tu lengua,  filosa como una espada, ya no me hiere.
De lo único que no dudo, es de tu inteligencia, pero enteráte que no siempre es una buena compañía.
Vos seguirás caminando con paso lento por los pasillos de la universidad.
Regodeándote en tu seguridad cultivada, macerada entre libros franceses. Dejarás que te circunden alborotados alumnos, y que ellas te miren con ojos parecidos a los míos (cuando mi miraba te desnudaba)
Encontrarás nuevos satélites, pero este se fue de tu órbita.


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lunes, 15 de septiembre de 2008

Fotos en el alma







“…es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar…”
A. P.


Cuando alquilé el departamento de barrio norte, el típico bulo* de soltero, estaba lejos de imaginar lo que iba ocurrir después.
En esa primera visita no advertí nada. Era el lugar perfecto, cerca de la facultad y del trabajo. No dudé. En seguida llevé mis cosas.
En realidad no era mucho lo que tenía que acomodar, además de la cama; una mesita, la biblioteca y eso sí, muchos libros.
Al principio sentí una presencia, un algo intangible que me rodeaba; lo atribuí al hecho de que era la primera vez que vivía solo. Pasaron varios días hasta que vi la baulera* en el entretecho del baño. Me pareció el lugar ideal para guardar aquellas cosas en desuso; en realidad eran varias enciclopedias que ya no consultaba e invadían la pequeña biblioteca.
Además del polvo y las telarañas había cajas de distintos tamaños. Las tomé para dárselas al administrador, pero como la curiosidad es grande miré dentro de ellas; eran fotos y cartas. Desde ese momento no pude despegarme, como si me hubieran tomado la voluntad, a pesar de tratarse de objetos inanimados.
Tanto las fotos como las cartas estaban fechadas entre los años 1975 y 1976. Había mucha gente, casi adolescente. Se los veía radiantes, con su juventud y belleza, augurando una vida por delante.
Por momentos creí estar violando la intimidad de alguien, pero eso no me detuvo a la hora de leerlas.
Eran cartas hermosas, llenas de citas y poesía dedicadas a un tal Damián y firmadas por Cristina. Puse todas las fotos sobre la mesita y separé aquellas donde estaban ellos: Cris y Dami, 28 de abril de 1976, Dami, un día de pesca; Cristina 5 de junio de 1976…
Vi una mujer niña de largo pelo oscuro, casi negro, cuerpo pequeño y delgado, sonriente, muy sonriente. Hermosa y fresca en su adolescencia.

Esa noche soñé con ella. Se había metido en mi cama y temblaba de frío o de miedo, entonces me pedía que la abrazara y no le hiciera preguntas.
Me desperté sobresaltado, con un mal presentimiento, algo parecido a la angustia.
Se clavó en mi carne desde el mismo momento en que la vi en la foto. Por impulso, llamé al administrador para sacarle información sobre los viejos inquilinos, sabía que no resultaría sencillo preguntar sobre personas que habitaron el departamento hacía tantos años.
Me llamó la atención el hecho de que las fotos quedaran olvidadas, y que alguien dejase recuerdos tan importantes e irremplazables.
El administrador me contó algo muy por encima. Que allí vivió Damián, un estudiante de derecho que aparentaba ser un buen chico hasta que se fue sin pagar el alquiler. Dijo que de un día para el otro no se supo más de él, y que dejó todo. Algunos suponen que se metió con alguna mala junta, o una secta religiosa; otros creen que lo chupó la dictadura, pero que le parecía extraño porque nunca se lo veía con nadie que no fuera la chica, su novia. Le pregunté qué había sido de ella, y me contó que lo estuvo buscando durante mucho tiempo. Que venía y lo esperaba horas todos los días…dijo que daba pena ver lo triste que estaba, y que siguió así por meses, hasta que un día le dejó el teléfono y su dirección para que le avisara si sabía algo de Damián.
Mi primer impulso fue preguntar si tenía la dirección de la chica. Pero enseguida supe que era una locura pedirle algo que habría tirado hace tiempo.
Esa noche tampoco pude dormir. Me las pasé dando vueltas y escuchando voces dentro de mi cabeza, como un demente. Ya no sabía si era un sueño o real. Me levanté y vi las fotos sobre la mesita; en realidad tampoco recordaba haberlas dejado allí.

Su actitud era obsesiva. Trató de convencerse que eran unas fotos olvidadas y listo; pero no, no tenía ningún sentido quedarse con ese pensamiento superficial. Después de hablar con el administrador no podía conformarse con cualquier respuesta. Se exponía al ridículo total al preguntarle si guardaba el teléfono y la dirección, y también sabía que del ridículo nunca se vuelve, pero no le importaba nada.
Sus pupilas habían retenido a la mujer-niña de la foto, y cada vez que cerraba los ojos, su imagen nítida le inundaba las retinas, como una maldición, un presagio del cual no podía escapar. Se pasó la noche pensando en cómo encarar al administrador sin que éste se llevara una mala impresión de él. Se escuchó ensayar mil pavadas que no convencían, así que optó por decir la verdad, ahorrándose los detalles; nada de sueños y oscuros presentimientos.

El administrador abrió una caja y sacó un papel amarillo. Me lo dio sin mayores preámbulos, diciendo que no me olvidara que habían pasado treinta años, y que menos mal que tenía la costumbre de guardar todo. Luego me miró interrogante y amagó una pregunta que alejó con un gesto de su mano; dijo hasta pronto y se fue moviendo la cabeza en actitud de negación. No me atreví a preguntarle qué era lo que estuvo a punto de decir, pero podía suponerlo.
Tenía la foto y el número de teléfono, pero no sabía cómo encararla, además existía la posibilidad que no viviera en la misma casa y que nadie supiera de ella.
Miré una y mil veces las fotos y releí las cartas “…que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”…sé que te gusta Alejandra, por eso elegí esta frase.
Sentí que me estremecía, como si fuera el destinatario de esas cartas y de la mirada sonriente y hermosa de la foto… “no el poema de tu ausencia, sólo un dibujo, una grieta en un muro, algo en el viento, un sabor amargo”…Sabes una cosa amor, a veces me siento tan sola… no pienses mal…me refiero a otro tipo de soledad, es como si no existiera nadie de tu especie…me siento un bicho raro…no soporto tanta injusticia, quiero gritar, golpear caras, sacudir conciencias…no estamos solos en el mundo…¿es posible respirar, comer, amar sobre tanto dolor y abandono?, no quiero vivir así, indiferente…quizás se pueda hacer algo, todavía no sé qué…”
Las palabras de Cristina me golpearon como misiles. Otra noche sin dormir; se estaba haciendo habitual soñar con ella, pero esta vez fue distinto. Se metió en la cama mientras dormía y me miraba con sus enormes ojos marrones, que vibraban sensualmente al encontrarse con los míos. Yo era Damián, no existían dudas de eso. Podía sentir su aliento cálido y perfumado mientras murmuraba algún poema de Alejandra. Yo quería decirle que no era Damián, pero cada vez que lo intentaba, como adivinando mis pensamientos, me cerraba la boca con un beso y yo permanecía envuelto en un letargo amoroso del cual no podía salir. Luego me despertaba sobresaltado, taquicárdico, como si algo o alguien me la hubiese arrebatado.
Otra vez me encontré sentado con las fotos y cartas desparramadas sobre la mesita: “…Ya sé Dami que me estoy arriesgando mucho, y que en este momento el país esta convulsionado, pero no tengo miedo…no pienso en mí…o tal vez soy egoísta, lo hago porque no puedo con este dolor… ¿viste los chicos de la villa? Sus caritas tristes, ¿es posible tener una vida después de ver ese vacío e incertidumbre en la cara de tantas personas?…puede ser egoísmo…soy egoísta, sufro…”
“Inés no está, la buscamos por todos lados y nadie sabe nada…tengo miedo de que las bestias se la hayan llevado… ¿es posible que crean peligrosa a una persona que alfabetiza a la gente de la villa?... ¡ay! Dami, quizás también me busquen a mí…no quiero alejarme de vos, te amo…”
“Dami, me escondí en el placard…escuché el timbre y me escondí…estoy aterrada, ¿y yo quiero cambiar el destino de la gente? Jajaja, encerrada en el placard, muerta de miedo…Te necesito Dami, más que nunca, te amo…”
Al otro día, enajenado y con el corazón saliéndose de mi boca, fui sin pensar en nada más a la dirección que estaba en el viejo papel amarillo. Sólo con la idea fija de saber al fin qué había pasado con Cristina y Damián.
Me encontré con una casa vetusta, casi abandonada, donde la hierba crecía en forma descontrolada y trepaba por las paredes hasta cubrirla casi en su totalidad. Mi primer impulso fue irme, pero una fuerza inexplicable me mantenía firme frente a la entrada. No sé que esperaba encontrar, y tampoco me hacía demasiadas preguntas. Sabía que estaba viviendo una especie de enamoramiento a destiempo por la mujer niña de la foto, que ya no lo era. En el fondo sentía que les debía algo a ellos. Que yo me quedaba con una parte de sus vidas al poseer esas cajas.

Toqué el timbre. Después de unos minutos interminables la puerta se abrió y una mujer muy anciana salió casi arrastrando sus pies. Las piernas se me aflojaron, se me cruzaron miles de cosas en ese pequeño trayecto hasta que la mujer habló. Por ejemplo, que llamaría a Cristina y ella aparecería con su carita de niña, el pelo largo y su sonrisa; era un pensamiento absurdo y lo sabía bien. Pasaron treinta años. También imaginaba que me diría que se fue del país por las amenazas, o que se había casado, vivía cerca y la visitaba seguido. Hasta pensé en la opción de que estuviera soltera dando clases en la universidad o la secundaria.

Cuando la anciana llegó, le dije mi nombre e inmediatamente le pregunté si allí vivía Cristina. La mujer miró sin comprender, entonces saqué de una de las cajas la foto dónde ella estaba sola y sonriente, pero ni siquiera reparó en lo que le mostraba. Su boca se abrió en un gesto de sorpresa y empezó a llorar con amargura en silencio. Sus lágrimas caían sin control, como si hubiesen estado contenidas durante mucho tiempo.
No supe que hacer ante esa reacción que quizás fue la que menos esperaba. Intenté acercarme más, pero la anciana levantó la mano como para frenar mi impulso de intentar contenerla de alguna manera.
Me dijo casi en un susurro que era su madre. Le conté que encontré las cajas con fotos y cartas, y que quería devolverlas.
Ella empezó a contar la parte de la historia que conocía. Dijo que Cristina y su amiga Inés iban mucho a la villa para ayudar a los analfabetos, querían hacer una especie de escuela y un comedor. Que Damián era un buen chico y se amaban mucho, que estudiaba derecho y también trabajaba, y no tenía tiempo para acompañarla…dijo que la primera que desapareció fue Inés, que la fueron a buscar a su casa y la sacaron como una delincuente. Después desapareció Damián, y nadie pudo entender el motivo, porque él no participaba en nada…eso destrozó a Cristina, empezó a buscarlo por todas partes, a esperarlo en la entrada del edificio, durante horas, días, meses…hasta que se la llevaron también

Se me cayeron todas las cajas de la mano. Las fotos y cartas se desparramaron por la vereda. Mientras las recogía, lloraba y al mismo tiempo no podía evitar sorprenderme. Esperaba cualquier cosa, menos este final abrupto para mi incipiente y desesperanzada historia de amor.
La mujer me miraba con pena al ver mis ojos llorosos; fue cuando le entregué las cajas y me fui sin palabras.

Esa fue la última noche que soñé con Cristina. Ella me recitaba al oído el párrafo de uno de los poemas de Alejandra, a quien conocí a través de sus cartas, y de quien no me despegaría nunca más: “He de partir
no más inercia bajo el sol, no más sangre anonadada, no más fila para morir”

Fin


* Bulo, bulín, del lunfardo (Léxico porteño, propio de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, que se usaba en el siglo pasado, y del cual se popularizaron algunas palabras), departamento de soltero, lugar de citas.
*Baulera; pequeño cuarto o espacio destinado para guardar cosas.
Alejandra Pizarnik, poeta argentina que cultivó el estilo surrealista (1936-1972)

Obra: "Matanza" de Cedrón

jueves, 5 de junio de 2008

Péndulo (otro capítulo de la novela)

Mi vida es pendular Marcos. Voy, pero siempre vuelvo. No puedo evitar la memoria. Soy como un libro viejo de historia, ajado de tanto ser leído. Así siento que esta mi mente. Ajada, curtida, de tanto volver de esa historia que no comprendo, que me resulta lejana, de otros. Que me remite a un pasado lleno de misterios, de muertes, de nombres que desconozco.
Después de esa tarde que pasamos juntos, me dormí feliz, sintiendo todavía el olor de tu piel al fundirse con la mía. Pero mis sueños no fueron felices, como deberían haber sido. Otra vez la aberración y el miedo invadiéndome.
Soñé que tres “A” me seguían. Si, tal cual. Tres letras “A” mayúsculas armadas con fusiles iguales a los que usan en el ejército. Tenían el tamaño de un hombre robusto, alto; las tres exactamente iguales.
Yo iba caminando por el barrio de flores; calle Avellaneda. Y si bien había un sin fin de comercios por la zona, las veredas estaban desiertas, lúgubres como un día de otoño, triste; el aire frío, a pesar de ser 25 de septiembre. Todo era raro. Incluso, después del estupor de los primeros minutos, pude comprobar la ausencia de vehículos
Yo me sentía totalmente desolada. Tomaba una calle y luego otra, con la idea de perder de vista a las letras, pero consciente de que todo era una locura y que solo podía ser una pesadilla en la que no había despertar.
Finalmente conseguí perderme, caminando en zig-zag y sin haber encontrado un solo ser humano. Estuve a los tumbos, cuando me di cuenta que caminaba en círculos.
Otra vez la calle avellaneda desierta; pero solo por un momento, porque de una vivienda cercana salió un hombre delgado de bigotito negro. Y por otro lado un grupo de hombres oscuros y armados dispararon una ráfaga interminable de balas sobre el cuerpo esmirriado del hombre de bigote, que caía destrozado.
Cada bala era una explosión dentro de mi cabeza, como un desgarro inexplicable en el sueño. Un grito doloroso se quedó atravesado en mi garganta hasta que mi respiración se hizo pesada y me desperté agitada, con un fuerte dolor en el pecho producto de la angustia…
Como una autómata, sin voluntad, repetí entre dientes: “veintitrés agujeritos, como la galletitas”

No entiendo Marcos. Ni el sueño, ni lo que dije al despertar. No sé quien soy, ni quién fue el autor de mis días; si un sacerdote, un comunista, un montonero, un asesino o todo eso junto.


Obra: "voces del mundo" de anabell Guerrero

viernes, 23 de mayo de 2008

Revolución de Mayo


Mariano épico

A la memoria de Mariano Moreno,
el gran revolucionario Argentino.



Abrazo el polvo,
abrazo el aire.
Me abraza.
Hay una cadencia,
un ritmo descompasado
Apenas un batir de alas
en la espesura de la noche
Casi imperceptible,
como ésta muerte.
Un océano inmenso
me recibe
y su abrazo es helado
Eterno…


Apenas puedo pensar. Cuántas cosas ocurrieron en poco tiempo. La incipiente revolución que no deja de ser algo utópico. Queremos creer que existió, cuando sólo fue un intento, una simulada emancipación por los caminos de la falsa libertad, una simple ilusión.
Estoy angustiado, como si no hubiera salida para éste tormento y una mano impiadosa quisiera aplastarme; la mano de los inmorales, de los vende patria.
¡El dolor es tan profundo! escucho el rumor del pueblo, de los caídos, que son caricias de aliento para seguir luchando, mientras las dagas filosas de los traidores atraviesan la carne.
Hay en ese clamor un estigma, un duelo eterno. Pero no voy a flaquear, los barreré como el viento a las hojas después de una gran tormenta. Limpiaré las calles de mi pueblo de toda la basura extranjera que ponga en peligro nuestra libertad.
El mar es tan inmenso, divide al mundo en pequeños mundos…lo cruzo, lo penetro, es una amante endemoniada a veces, mansa otras, pero le temo, porque me llama…
El sopor me lleva al sueño. La onírica batalla me busca. Allí es siempre de día; los caballos sacuden sus crines enmarañadas, relinchan de ansiedad ante el fragor de lo que se avecina. Nunca la lucha es en vano, ni siquiera la muerte. En éste tiempo salvaje el cuerpo no vale nada, sólo las ideas.
De lejos se siente algo. Un movimiento casi imperceptible, pero que se puede oler. Es el miedo. Un roce leve de animal asustado que intenta esconderse.
La punzada en el vientre se asemeja al deseo ¿es que todas las pasiones explotan así? Golpean las tripas, se meten en la sangre, enloquecen al corazón…
Ahora los caballos están alertas, las orejas paradas como perros cazadores, hasta el pelo se desenmaraña por la tensión…nadie respira. Sólo se siente el corazón golpeando contra los límites de los huesos, ni un ave vuela, parece un cuadro, burdo y decadente, ¿dónde está el enemigo? ¿Dónde? ¿Acaso es invisible?

El sueño se repite una y otra vez. Mi cuerpo va perdiendo las fuerzas en esa batalla, pero mi corazón tiene la voluntad de miles de ejércitos. Me están matando, lo sé. Pero sólo es el cuerpo que no quiere responder, hay algo que nunca fenece, y ese algo latirá siempre entre aquellos que quieran y defiendan la verdad y la libertad.
Ya no importa si el mar me traga, ni siquiera las hermosas palabras póstumas que pretenden hacerme un grande entre los grandes. Soy un hombre, simplemente un hombre, y lo único que me doblega es la pasión…ni siquiera la muerte.



Mariano Moreno, Abogado, periodista y político argentino, tuvo un rol decisivo en la Revolución de Mayo. Dedicó varios años a traducir la obra de Rousseau, principalmente su Contrato social, pero sólo la editó en 1810 en La Gaceta, con un prólogo de su autoría en que se lee:
"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía."


Fue envenenado y arrojado al mar.

viernes, 9 de mayo de 2008

Seddon...(otro capítulo)


Seddon…
Hace días que la búsqueda se volvió obsesiva. Después de ese extraño encuentro en “La Paz” las cosas volvieron a cambiar, quizás de manera imperceptible para cualquiera; pero no para mí, que me hallaba conectada a vos más allá de Internet.
Primero la incipiente metamorfosis, luego esa huida inexplicable.
Una de esas tantas noches en que recorría los bares del bajo, chocándome con borrachos y drogadictos, esquivando sus manos sucias y vomitadas, tapándome los oídos para no escuchar sus insultos aberrantes; me pareció verte fugazmente, no a vos; era ese sobretodo anticuado y arrugado que siempre usas y que te da ese aspecto teatral de personaje absurdo de miniserie de terror.
Seguí al sobretodo por esas calles mal iluminadas. Todo fue inútil, simplemente desapareció. Entonces volví sobre mis pasos y caminé unas cuadras por esas calles dónde ni el diablo se animaría a andar.
Que curioso es todo, porque no te seguía a vos. El sobretodo había tomado vida, se te había hecho carne.
Yo seguía un sobretodo raído y manchado que vagaba por las calles mal iluminadas de San Telmo, y que se perdía en un patio de conventillo abandonado. Vos estabas. Sentí inmediatamente tu presencia, como si te respirara en ese aire espeso y contaminado. No sé si la escuché o la imaginé; tu risa ahogada y burlona. Estabas, fue durante unos segundos que vi el brillo de tus dientes increíblemente blancos reluciendo en la oscuridad del pasillo. Hasta escuché retumbar en mi cabeza: “joer preciosidad, siempre tan hermosa” “Mi paloma triste…que triste estás”
Ahora sonaba bien porteño. Esa ambigüedad en la forma de hablar es otro de los misterios que te rodean Marcos, mi adorado Marcos, sos una sombra que se atraviesa en mi vida, que me cubre y se aleja; que me huele y me roza, como un gato en la oscuridad.

De todas maneras escapé. Quizás es lo mejor que se hacer.
Desde que el temblor no me permite dibujar, solo me dedico a estudiarte, y analizar esas pequeñas obsesiones que se asocian al deseo de tenerte como cualquier mujer a su hombre, como una hembra al macho.

Volví hacia “El Seddon” atraída por la melodiosa voz de una cantante de jazz, pedí una bebida fuerte y me quedé ahí.
Otra vez era una paloma triste desolada, escuchando llorar las notas de una canción imposible, haciéndome siempre las mismas preguntas absurdas; sin poder vencer esa languidez mental que no me dejaba pensar objetivamente, bebiendo un trago tras otro, enajenada: When I look in your eyes,… tus ojos, decía la voz llorona de la cantante ¿qué veo en ellos? me pregunto. Y entonces me pareció verte en las caras de otra gente. Un mosaico de caras, tu cara Marcos, tus ojos verdes inyectados de sangre, de noches interminables de insomnio y locura. Tus ojos apasionados penetrando mi piel, estremeciéndome; mientras me observabas desde un rincón y tu lengua lamía una y otra vez tu boca seca, sedienta, con esa expresión de deseo. Como si yo fuera algo imposible de alcanzar. Alguien a quien no se puede tocar.
Se que quise abarcarte con mis brazos, pero terminé en una salita de primeros auxilios con la nariz fracturada. Lo único que recuerdo fue el llanto. No podía parar Marcos, es como si nunca hubiese llorado. Fue tal el llanto, que la enfermera se me acercó para consolarme, y me dijo “no te preocupes, Marcos estuvo todo el tiempo que duró tu desmayo” y agregó “le prometí no hablar, pero no puedo cumplir”
Cuando reaccioné y dejé de tragar mis lágrimas, quise preguntarle, pero ya no estaba en el lugar.
Imagen, Bar Seddon en San Telmo.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Tentáculos en el subterráneo…(otro capítulo)



Fui directo al subterráneo, evitando otros medios que me mantuvieran más tiempo alejada del monitor de la computadora.
Siempre me dio algo de miedo viajar bajo tierra, sabiendo que millones de vehículos circulaban por sobre mi cabeza, y que podrían, tal vez, desplomarse encima.
Estaba perdida en pensamientos fóbicos, típicos de una personalidad trastornada como la mía, cuando escuché sus pasos detrás de mí, pero no volteé a espiar. Sabía que era él.
Casi podía sentir su respiración, igual que en otras oportunidades sin equivocarme; presintiendo su proximidad, su aliento cerca de mi cuello. Quemándome con su fuego.
Seguí a paso regular. Me metí entre la maraña compacta de gente con la idea de perderlo.
La misma caterva inhumana me llevó hacia el interior del subte. Quedé allí, inmóvil, tratando de soportar los primeros minutos hasta la próxima estación.
La gente se fue acomodando un poco y quedamos menos apretados. Conseguí poner mi brazo libre al costado del cuerpo y relajar las piernas, cuando una mano me rozó la cintura. Entonces mi cuerpo se estremeció y confirmé que era él; Marcos, respirándome en la nuca, rozándome.
Quede paralizada; por un lado quería escapar, alejarme y no pensar. Pero mis pies no respondían. Me tenían sujeta en ese espacio mínimo y con Marcos detrás; provocando el hormigueo que comenzaba a recorrerme como un veneno cada centímetro del cuerpo. Podía sentir las vibraciones de su piel, su calor, su leve agitación.
Casi no respiraba de tanto desearlo; y como si él pudiera leer mi mente, mis más íntimos pensamientos; acarició suavemente mi cintura y de a poco fue bajando la mano hacia mis nalgas apretadas, que se fueron relajando, mientras mi piel se incendiaba bajo el contacto de esos dedos que me recorrían indiscretos. Se apretó más a mi espalda y pude sentir la dureza de su sexo. Ahora rozaba impúdicamente el mío, primero sobre la ropa, hasta que encontró la manera de introducir sus dedos en mí. Un grito ahogado se fundió en mi garganta y me estremecí nuevamente.
En ese momento reaccioné y me di cuenta de mi situación en el subte y rodeada de gente, teniendo un orgasmo entre los dedos de Marcos, que ahora desaparecía nuevamente entre la muchedumbre y me dejaba tristemente excitada y humillada.
Miré al hombre del sobretodo, esquivando gente y trepando las escaleras con salida a la calle corrientes; me miré a mi misma, plantada entre gente extraña, soñando el abrazo de ese fantasma que escapaba siempre y que se había convertido en mi sombra en lugar de mi hombre.


Decidí que el incidente no cambiaría la rutina programada. Cada día me costaba más salir y enfrentarme con ese mundo que ya no conocía.
La agencia estaba cerca. Esta vez estaba segura que lo conseguiría, que de una vez por todas vencería los miedos, un pasado de muerte, un presente asediado por la perversidad de Marcos…
Cuando salí del local con el pasaje en la mano y esa extraña sensación de que por fin comenzaría a liberarme de todo lo que me oprimía. Me quedé esperando que cambie el semáforo para cruzar Callao y doblar por Sarmiento. Miraba algunas palomas intentando elevarse por entre los autos, y a una de ellas en particular, defecando en el parabrisas de un conductor que la insultaba y agitaba la mano, mientras provocaba la risa de unos escolares con uniforme del colegio Marianista, que reían a carcajadas y hacían gestos impúdicos al conductor, que ahora los insultaba a ellos, y amenazaba con salir del auto y golpearlos.
Pensé en la locura de la gente. Todo, en el lapso de unos minutos. El semáforo había cambiado dos veces mientras me quedé estática observando la escena. Fue cuando finalmente apareció. Me dijo al oído:

_ Sé cuanto gozaste mujer, si, entre mis dedos…tengo tu perfume impregnado en la piel…

Me di vuelta violentamente y lo miré directamente a sus ojos verdes, del mismo color de las algas, que tanto me impactaban por su intensidad salvaje, casi animal. No me dejó hablar. Me abrazó, no de la manera que hubiese esperado, protectora y cálida; sino desesperado, como tratando de retenerme. Luego me besó de esa misma forma.

Simplemente no podía desprenderme de él. No podía. Sus brazos eran tentáculos que me succionaban y me dejaban sin voluntad. Otra vez sentí su erección apretada a mi pierna, y el fuego quemándome por dentro y por fuera. Pero a la vez, esa conexión perversa, ese vínculo insano que nos atraía como animales durante el celo, era lo que finalmente nos alejaba.
Esta vez fui yo la que escapó. Me arranqué sus tentáculos y crucé la calle
así como estaba, imprudente, sin mirar el semáforo, que por suerte estaba a mi favor.
Una sonrisa amaneció en mi cara. Estaba segura que había ganado, al menos, una pequeña batalla.
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Un diamante negro